Todo lo que aprendí con las memorias de Britney Spears

“Me resulta difícil regresar al capítulo más oscuro de mi vida y plantearme qué podría haber sido distinto si me hubiera rebelado con más fuerza. No me gusta para nada pensar en ello, en absoluto. No puedo permitírmelo, sinceramente. He sufrido demasiado”, escribe Britney Spears en La mujer que soy, su libro de memorias publicado el pasado octubre en el que, por primera vez, la estrella pop cuenta su historia después de liberarse del tortuoso tutelaje con el que su padre, a quien tuvieron que amputarle la pierna a comienzos de diciembre por problemas relacionados con su alcoholismo, la controló por más de una década.

Antes de 2020, si uno pensaba en Britney, aparecían algunas imágenes recurrentes: su beso con Madonna en los VMAs; el ajustado traje espacial de latex rojo que usó en el video de “Oops!… I Did It Again” o el de colegiala de “…Baby One More Time” (que, según revela, fue idea suya, como tantas otras que siempre se le adjudicaron a sus productores y directores); o la foto de ella, recién rapada, en la que intenta golpear la camioneta de un paparazi con un paraguas verde. Pero todo eso se opacó -o, al contrario, se redimensionó al verse con otra luz- aquel año, cuando empezó a tomar fuerza el movimiento #FreeBrintey con el que sus fans exigían su libertad.

En ese entonces, sin nada de información al respecto ni declaraciones de Britney que ahondaran en lo que estaba pasando, las redes se dividieron en dos. De un lado, estaban los bufones de siempre: criticones que se mofaban de su aspecto en los ocasionales videos de ella bailando que subía a su cuenta de Instagram, y los medios sensacionalistas que, así como en los 2000 subsistían gracias al acoso de sus paparazis, ahora les bastaba con hacer un rejunte de memes y comentarios ofensivos para mostrar su “preocupación” por la cantante mientras sumaban vistas, seguidores y retweets.

Pero del otro lado, fieles, estaban las fans: dos generaciones de mujeres y maricas que habían visto en ella una potencia que parecía extinta y que, preocupadas, como sabían que algo no cuadraba, se pusieron a investigar. “Creo que mi conexión con mis fans les ayudó subconscientemente a saber que estaba en peligro. Existe una conexión, no importa lo separados que nos hallemos. Incluso aunque te encuentres en la otra punta del país o del mundo, de algún modo estamos vinculados. Mis fans, aunque yo no hubiera declarado por internet ni en la prensa que estaba confinada, parecían saberlo”, escribe.

infobae
[”La mujer que soy”, de Britney Spears, puede comprarse en formato digital en Bajalibros clickeando acá]

Cuando el movimiento #FreeBritney empezó a crecer, muchos descartaban sus denuncias como meras teorías conspirativas, delirios virtuales de gente con un exceso de fanatismo y demasiado tiempo libre. ¿Cómo una estrella que vendió millones de discos, que salía de gira por todo el mundo, que recibía premios y daba entrevistas televisivas no iba a tener el control de su carrera? ¿Cómo podrían tener encerrada a la princesa del pop sin que el mundo entero pusiera el grito en el cielo? ¿Por qué no usaba ella misma su voz y su inmensa plataforma para denunciar su situación?

“Estuve así durante trece años. Si alguien se pregunta por qué dejé que ocurriera, hay un motivo muy lógico -escribe Britney-. Lo hice por mis hijos (…) Mi libertad a cambio de siestas con mis hijos: era un trato que estaba dispuesta a aceptar. No hay nada en el mundo que ame más, nada más importante en este planeta, que mis hijos. Daría la vida por ellos. Por eso pensé: ¿Por qué no mi libertad?”.

Lo que cuenta en La mujer que soy no es fácil de leer. No son las típicas memorias de una estrella de su talla, repletas de chismes con otros famosos, mindfulness de millonarios y algún que otro golpe bajo que edulcoran con chivos y publicidades. Sin tapujos, pero con elegancia, Britney desmenuza a lo largo de 50 capítulos la etapa que va de sus 8 a sus 40 años. Y su vida, como la de muchas -por no decir la mayoría- de las estrellas infantiles, fue complicada. Sin embargo, o tal vez a causa de eso, su forma de ver el mundo es lo que lleva adelante el libro, mucho más incluso que las historias que comparte y los secretos que revela.

La libertad significa que puedo ser tan maravillosamente imperfecta como cualquier otra persona. Y la libertad significa la capacidad, y el derecho, de buscar la alegría, a mi manera, en mis propios términos -escribe Britney-. La libertad para hacer lo que quiero me ha devuelto mi condición de mujer. Así que a mis cuarenta y pico estoy intentando cosas como si fuera la primera vez. (…) Realmente es como si hubiera vuelto a nacer”.

La cantante recuperó su libertad en parte gracias a la visibilidad que sus fans le dieron al tutelaje a través de manifestaciones y activismo virtual. La cantante recuperó su libertad en parte gracias a la visibilidad que sus fans le dieron al tutelaje a través de manifestaciones y activismo virtual.

La familia no siempre es un hogar

El comienzo de La mujer que soy es sencillo pero contundente: “Cuando era niña caminaba en solitario durante horas por el silencioso bosque que había detrás de mi casa en Luisiana, cantando canciones. Encontrarme en el exterior me proporcionaba una sensación de viveza y peligro. Durante mi infancia, mi madre y mi padre se peleaban constantemente. Él era alcohólico. En casa, lo normal era que me sintiera asustada. No es que el exterior fuera exactamente el paraíso, pero era mi mundo. Paraíso o infierno, llámalo como quieras: era mío”.

Una Britney de ocho años camina sola por el bosque. Escapa y se encuentra. Contempla su interior tanto como el afuera. Conoce el dolor, pero también la belleza. Su contexto no es ideal y lo sabe, pero eso no la detiene. Se tumba sobre unas piedras, mira el cielo y piensa: “Puedo hacer lo que quiera con mi vida. Puedo conseguir que mis sueños se hagan realidad”. Más de tres décadas después, una Britney de 40 reflexiona: “Tumbada en silencio sobre esas piedras, sentía a Dios”.

Los primeros capítulos recorren su historia familiar, desde sus abuelos hasta sus padres. En términos generales, los hombres de su familia dejan mucho que desear: son violentos y controladores con sus esposas y sus hijos, desaparecen a su antojo y nada parece poder satisfacerlos.

Britney Spears: "No podía creer que el estado de California permitiera que un hombre como mi padre -alcohólico, declarado en bancarrota, empresario fracasado, que me aterrorizaba de niña- me controlara después de todo lo que yo había conseguido y todo lo que había hecho". Britney Spears: «No podía creer que el estado de California permitiera que un hombre como mi padre -alcohólico, declarado en bancarrota, empresario fracasado, que me aterrorizaba de niña- me controlara después de todo lo que yo había conseguido y todo lo que había hecho».

“Mi abuelo, June Spears padre, era un maltratador -cuenta Britney-. Mi abuela Jean sufrió la pérdida de un hijo cuando el bebé contaba tan solo tres días. June envió a Jean al hospital Southeast Louisiana, un horrible manicomio en Mandeville, donde le administraron litio. En 1966, a los treinta y un años, mi abuela Jean se suicidó pegándose un tiro sobre la tumba de su bebé muerto, poco más de ocho años después de su fallecimiento. No puedo imaginar la tristeza que debía sentir”.

Pero, más que un caso aislado, la violencia masculina parece heredarse de generación en generación. Según cuenta hacia el final del libro, cuando relata las peripecias que tuvo que sortear cuando perdió su libertad durante su tutelaje, su padre no solo repitió y hasta acrecentó la brutalidad de su abuelo, sino que tuvo paralelismos que, más que casualidades, rozan con el sadismo premeditado. Y es que él, que le había contado la triste historia del suicidio de Jean Spears a causa de las secuelas de su internación en un manicomio y la administración desmedida de litio, terminaría por encerrar a su hija en una “clínica de rehabilitación” en la que, contra su voluntad, le administraron lo mismo que a su abuela.

“Llevaba años tomando Prozac, pero en el hospital me lo quitaron bruscamente y empezaron a darme litio, un medicamento peligroso que no quería ni necesitaba, y que te relentiza y aletarga muchísimo”, escribe Britney sobra la última internación a la que la sometió su padre, en la que estuvo aislada, medicada y controlada a tiempo completo por más de tres meses-. Sentí que mi concepto del tiempo cambiaba y estaba cada vez más desorientada. Al tomar litio, no sabía dónde estaba y a veces ni tan siquiera quién era yo. Mi cerebro no funcionaba como antes. (…) ¿Cómo había conseguido no suicidarme en aquel sitio y acabar con mi sufrimiento como cuando se dispara a un caballo cojo? Creo que casi cualquiera en mi situación lo habría hecho. (…) Me paro a pensar cómo sobreviví y pienso: «No fui yo, fue Dios»”.

Britney Spears: "Creo que mi conexión con mis fans les ayudó subconscientemente a saber que estaba en peligro". Britney Spears: «Creo que mi conexión con mis fans les ayudó subconscientemente a saber que estaba en peligro».

Amigarse con las contradicciones (tanto propias como ajenas)

Si hay algo que me sorprendió de las memorias de Britney Spears en comparación con las de otras estrellas de su talla es su habilidad para capturar los grises. Ella no pinta sus recuerdos en blanco y negro: habita las contradicciones y le hace espacio a los matices. Aunque bien podría contar su experiencia meramente desde el papel de víctima -porque lo fue-, prefiere ampliar el cuadro para incluir no solo las partes más dolorosas de su vida, sino también las de aquellas personas que le fallaron.

De todos modos, ni su historia ni la de los suyos se quedan en el dolor. Desde muy chica, incluso antes de empezar su temprana carrera hacia la fama, supo que las cosas, como las personas, tienen un anverso y un reverso. Sabemos, por ejemplo, que el padre de Britney tuvo a su vez un padre violento de quien aprendió cómo ser un hombre. Pero su abuelo nunca infringió ningún tipo de violencia con sus nietos, por lo que ella, a pesar de lo que su papá le contó, lo recuerda como un hombre tierno, paciente y afectivo. No es de extrañar entonces que, incluso con todo lo que ella sufrió a causa de su familia, todavía esté dispuesta a recomponer su relación, según declaró recientemente.

Así como es consciente de las contradicciones ajenas -que no excusan ni justifican, pero ayudan a entender y a alcanzar una perspectiva más empática-, Britney demuestra en La mujer que soy que toda su vida estuvo signada por sus propias contradicciones. La de querer esconderse pero querer ser vista; la de haber temido el hogar familiar y aún así atesorarlo en la memoria; la de ansiar la fama mundial y, a la vez, la privacidad y simpleza de una vida de pueblo.

Según cuenta en sus memorias, Justin Timberlake la convenció de hacerse un aborto y luego terminó su relación mediante un mensaje de texto. (Reuters)Según cuenta en sus memorias, Justin Timberlake la convenció de hacerse un aborto y luego terminó su relación mediante un mensaje de texto. (Reuters)

“Debía de querer que me buscaran. Durante años fue lo mío…, esconderme (…) Quería esconderme, aunque también quería ser vista. Ambas cosas podían ser ciertas”, escribe en uno de los primeros capítulos, cuando cuenta su obsesión de niña con ocultarse en los armarios y alacenas de su casa para llamar la atención de sus padres. Algunas veces, después de horas de preocupación, han llegado a llamar a la policía. Otras, entre la borrachera hasta la inconsciencia del padre y los gritos de la madre, no notaban su ausencia.

Más allá del ámbito familiar, la fama es tal vez la principal fuerza alrededor de la cual gravitan las mayores contradicciones en la vida de Britney. Y sus consecuencias, las buenas y las malas, no se hicieron esperar. Recién había hecho su primer musical off-Brodway pero todavía no había participado en El club de Mickey Mouse -donde trabajó junto a otras estrellas infantiles como Christina AguileraRyan Gosling y quien sería su futuro novio, Justin Timberlake-, cuando Britney cuenta: “Había empezado mi lucha interna: una parte de mí quería seguir trabajando para alcanzar su sueño; la otra parte deseaba llevar una vida normal en Luisiana”.

Estos dos futuros posibles colisionaron con su presente cuando publicó su su primer single, “…Baby One More Time”. Tenía 16 años. Su disco debut, con el mismo nombre, vendió más de 10 millones de copias en los primeros días. “Me convertí en la primera mujer en debutar con un sencillo y un álbum números uno a la vez. (…) Con la primera gira mundial por ‘Oops!’ pude construirle una casa a mi madre y liquidar las deudas de mi padre. Quería que pudieran hacer borrón y cuenta nueva”, escribe. Ellos nunca se lo agradecieron y ella nunca se los recriminó, a pesar de ser la principal proveedora de su familia desde la adolescencia.

A pesar de las luces, es trabajo infantil

Britney conoció a Justin Timberlake, quien terminaría siendo su novio, en el programa infantil El club de Mickey Mouse. Britney conoció a Justin Timberlake, quien terminaría siendo su novio, en el programa infantil El club de Mickey Mouse.

Su primer trabajo fue a los 9, limpiando mariscos y sirviendo platos de comida en un restaurante. Con eso se costeaba sus videoclips caseros, dirigidos por ella misma, en los que cantaba y bailaba canciones de Mariah Carey. Pasó por castings, obras de teatro y televisión antes de que un agente de talentos la pusiera en contacto con un ejecutivo musical.

A los 15, Britney firmó un contrato de grabación con Jive Records, la discográfica de pop y hip hop de contemporáneos como NSYNC y los Backstreet Boys: “Sinceramente, no tenía idea de nada. No era consciente de lo que estaba ocurriendo. Solo sabía que me encantaba cantar y bailar: me daba igual qué dioses hubieran bajado del cielo y lo hubieran organizado todo, estaba dispuesta a cantar para ellos”.

Su estrellato prematuro le permitió asegurarse tanto su estabilidad económica como la de su familia. Pero ella era chica y sus padres se aprovecharon: su papá por acción, su mamá por omisión. De gira en gira sin descanso, la obligaban a trabajar cada vez más, incluso después de acontecimientos traumáticos como la muerte de su tía más querida, el aborto que Justin Timbarlake la convenció de hacerse a los 20 años, aunque ella no quería, para después terminar su relación por mensaje de texto y hacerla quedar como “una zorra” en su primer disco solista, o la depresión posparto que tuvo con sus dos hijos, ambos nacidos en el lapso de un año.

“Por aquel entonces tenía poder: ojalá hubiera sabido utilizarlo más a conciencia, ojalá hubiera sido más rebelde”, dice Britney después de contar que incluso llegó a rezar a diario para romperse un brazo o una pierna y así poder cancelar las fechas de una gira. Las cosas se habían ido de control muy rápido y, como quien clava el freno de mano a alta velocidad para esquivar un animal en plena ruta, descarriló.

Kevin Federline, padre de los dos hijos de Britney Spearks, quien le quitó la tenencia en 2007. (Shutterstock)Kevin Federline, padre de los dos hijos de Britney Spearks, quien le quitó la tenencia en 2007. (Shutterstock)

Aunque nada tuvo que ver con un exceso de drogas o una adicción al alcohol, como se le acusaba en las revistas del momento, hubo un cóctel peligroso que llevó a Britney a la crisis que tuvo en 2007, representada vilmente en la prensa con aquella foto suya, recién rapada, golpeando una camioneta con un paraguas.

Britney trabajaba sin descanso desde su temprana adolescencia sin una familia que la contuviera o estuviese al tanto de sus necesidades. La prensa la sexualizó en sus primeros años de carrera, cuando todavía era menor, y la persiguió incesantemente con sus paparazis. Su padre la manipulaba y sus novios la defraudaban. Pero el punto cúlmine fue cuando el rapero y bailarín Kevin Federline, padre de sus dos hijos, le prohibió verlos.

“Fue la reacción desesperada de una persona desesperada. Nadie entendía que me había desquiciado por la pena. Me habían quitado a mis hijos”, escribe Britney sobre el episodio que inmortalizó aquella foto infame. Y agrega: “Ese invierno, me habían dicho que acudir a desintoxicación me ayudaría a recuperar la custodia. Y, por eso, aunque creía que tenía más rabia y tristeza que un problema de abusos de drogas, fui a la clínica. Una vez que me arrebataron a Jayden, me ataron sobre una camilla y me llevaron al hospital”.

Ese hecho fue el que terminaría desencadenando el tutelaje con el que su padre, con el aval de la Justicia y el estado de California, controló su vida por 13 años gracias a la empresaria estadounidense Lou M. Taylor, su empleada Robin Greenhill y el abogado Andrew Wallet, “quien acabaría recibiendo 426 mil dólares al año por mantenerme alejada de mi dinero”, según cuenta.

Mathew Rosengart, abogado de Britney Spears durante el juicio para terminar con el tutelaje. Mathew Rosengart, abogado de Britney Spears durante el juicio para terminar con el tutelaje.

El padre de Britney, James Parnell Spears, era el que decidía desde cuántas fechas hacía y qué temas cantaba hasta qué comía y cuánto, e incluso llegó a instalar cámaras que la vigilaban, micrófonos escondidos en su propia casa y aplicaciones de control parental en su celular, así como a obligarla a llevar a cabo invasivos chequeos médicos y largas estadías en centros de rehabilitación a pesar de no consumir drogas ni alcohol.

De su último y más tortuoso paso por una prestigiosa “clínica”, cuenta: “Ya no me da miedo nada después de aquellos meses en el centro del tratamiento. En serio, ya no me da miedo nada. A estas alturas, probablemente sea la mujer menos miedosa de la Tierra, pero eso no me hace sentirme fuerte, sino que me pone triste. No debería ser tan fuerte. Aquellos meses me curtieron (…) No creo que mi familia entienda el daño real que me hizo”.

El tutelaje, que terminó gracias a la visibilidad generada por sus fans y al minucioso trabajo de su abogado Mathew Rosengart, había construido sus andamios en aquellos primeros años de carrera de Britney, cuando ella era todavía una niña que soñaba con cantar, bailar y “ser una estrella como Madonna, Dolly Parton o Whitney Houston”. Pero su sueño, combinado con la avaricia de sus padres y un sistema que permite el trabajo infantil a la vista de todos siempre y cuando se trate del mundo del espectáculo, quedó estropeado por años.

“No subestimes tu poder”

“Para mí cantar era espiritual”, dice Britney al comienzo del libro, después de contar su primera “experiencia religiosa” al escuchar cantar gospel a la mujer que su madre había contratado para limpiar su casa. La conexión con su voz es tal vez, después de aquella con sus hijos, la más pura y potente del libro, una que estuvo ahí desde su infancia más temprana, cuando cantaba sola por el bosque y sentía a Dios, y sigue estando hoy, alejada de las luces y los estudios de grabación, cuando canta para sí misma.

“No dejan de preguntarme cuándo voy a volver a los escenarios. Confieso que se me hace difícil esa pregunta. Estoy disfrutando de bailar y cantar como lo hacía cuando era más joven y no para beneficio de mi familia, no para conseguir nada, sino solo para mí y porque sentía auténtica pasión por ello. (…) Seguir adelante con mi carrera musical no es en lo que estoy centrada en este momento. Ahora mismo para mí es hora de intentar poner orden en mi vida espiritual, de prestar atención a las pequeñas cosas, de bajar el ritmo. Es hora de dejar de ser lo que los demás quieren, es hora de encontrarme a mí misma de verdad”, escribe.

Puedo imaginarla desapareciendo del mapa algunos años, tomando tragos con amigas en alguna playa perdida o una copa de vino con su pareja en la paradisíaca intimidad de su casa, cantando a viva voz sin que quede registro alguno, bailando hasta caer rendida sin que haya una cámara cerca o compartiendo una cena de comida chatarra con sus dos hijos. Puedo imaginarla, también, sacando nueva música en una o tal vez dos décadas, uno de esos discos raros que justamente funcionan tan bien porque no quieren complacer a nadie, y volviendo a disfrutar de los escenarios, ya sea un estadio colmado de fans o la cocina de su casa repleta de nietos.

Me di cuenta de lo poderoso que puede llegar a ser que las mujeres desafíen las expectativas. Quizá esto haya sido un despertar feminista”, escribe. Y hacia el final del libro, que tiene la potencia suficiente de ser esa historia que introduce a miles de niñas y mariquitas no solo a la lectura sino al amor irrestricto hacia sí mismas, concluye: “No subestimes tu poder”.

spot_img

NO TE LO PIERDAS

MIRALO DE VUELTA

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí