Feminista en falta: Chiara Ferragni, el feminismo Dior y la explosión de la burbuja

“Pensati libera” (“Pensate libre”). El vestido era de Dior y llevaba un manifiesto escrito en los hombros que según la marca representaba “una invitación a las mujeres en todas partes a imaginar un mundo sin violencia, donde las mujeres son amadas porque son libres”. La más grande influencer de moda que hayan dado los algoritmos, Chiara Ferragni, lo lució para conducir el festival de San Remo hace exactamente un año. Y dijo haber donado todo su cachet a una organización italiana que daba refugio a sobrevivientes de violencia machista.

Fue el pico de popularidad de Ferragni, dueña de una carrera que hubiera sido inexplicable apenas unas décadas atrás. San Remo es una meta añorada por todo aquel que quiera ser famoso en la península y ella –que lo logró haciéndose selfies y subiéndolas a Instagram– había llegado nada menos que como presentadora del cierre y la apertura. Por supuesto, ya entonces se encendieron algunas alarmas: los cien mil euros que le pagaron por la conducción no eran más que un vuelto para la empresaria que hizo el anuncio de su donación con bombos y platillos durante una conferencia de prensa. Las mismas redes que la habían elevado a la categoría de estrella dijeron entonces que sólo lo hacía para limpiar su reputación y que sus casi 30 millones de seguidores dijeran “Qué buena y genial es Chiara”.

Maria Grazia Chiuri, la diseñadora y directora creativa de Dior a cargo del vestido –así como de su traje de novia en 2018, cuando se casó con el rapero Fedez durante una ceremonia íntegramente contada en sus historias–, sostuvo en su momento que Ferragni era, más que una influencer, un ícono feminista de nuestro tiempo. Supongo que fue parte de la tendencia. “Es un modelo a seguir: representa a la mujer moderna en el mundo de los negocios y fue capaz de transformar su sueño en su trabajo sin tener que renunciar a su feminidad”, explicó Chiuri, también responsable de la colección de 2016 con la célebre frase de Chimamanda Ngozi Adichie “We should all be feminists” (“Todos deberíamos ser feministas”) impresa sobre miles de remeras.

Mainstream, para la foto, y sin mucho más contenido que una frase de remera de marca –aunque “crear contenido” fue lo que la hizo millonaria– Ferragni es la cara de la burbuja influencer y es difícil no disfrutar un poco el verla explotar y desvanecerse tan públicamente como irrumpió en los teléfonos de millones de chicas en todo Occidente. Rubia y perfecta, pasó de tener un modesto blog de moda que registraba el imposible street style milanés con ella como protagonista absoluta a convertirse en la imagen de una generación enfocada en sí misma que llegó más lejos que ninguna con sus mensajes de profundidad nula. Esa es la gran paradoja de su época: un alcance prácticamente ilimitado para un discurso licuado.

Fui de las que celebraron lo que la escritora feminista Andi Zeisler llama “feminismo de mercado”. Me parecía que era una forma de democratizar al movimiento, de hacerlo salir de las universidades y los congresos. Ya no estoy tan segura. Aquello suponía un problema, claro: en la oportunidad suele haber oportunismo y el mercado no es inocente. Mientras se volvía remera y se vendía, se frivolizaba y se desvirtuaba su esencia. Pero hablar de esencia implicaba pensar en la existencia de un feminismo esencial, único y superador. Y no estaba mal que al menos el mensaje urgente contra la violencia machista alcanzara lugares nuevos, ahí donde –por ejemplo– las seguidoras de Ferragni intercalaban nociones de cómo reconocer los signos de un noviazgo violento con rutinas de skincare.

Chiara Ferragni y su ahora ex pareja Fedez, durante el Festival de Cine de Venecia de 2019 (EFE/EPA/ETTORE FERRARI)
Chiara Ferragni y su ahora ex pareja Fedez, durante el Festival de Cine de Venecia de 2019 (EFE/EPA/ETTORE FERRARI)

Mainstream significa, literalmente, “corriente dominante” y hubo pocas cosas más representativas de cómo el feminismo se impuso como corriente que aquel We should all be Feminists como slogan de Dior y Chiara –cuyo éxito incluso fue estudiado por la Escuela de Negocios de Harvard– con la remera puesta para sus posteos. Era una proclama incontrastable e inclusiva a su manera: ser feminista estaba bien, era lo correcto, lo políticamente correcto. Las chicas absurdamente lindas y famosas como la italiana también querían serlo y por más bajadas de línea sobre los estándares de belleza inalcanzables, tal como decía Chiuri, ella seguía siendo un modelo.

La caída de Ferragni, estrepitosa y a la par de una pérdida estimada en 85 mil followers diarios, comenzó con el “Pandoro Gate”, en diciembre último. El escándalo develó que la alianza que la influencer había hecho con la firma Balocco para ser imagen de su pan dulce Pink Christmas, una edición especial a beneficio del Hospital Regina Margherita de Turín, era menos caritativa de lo que promocionaba. La etiqueta del pandoro –vendido casi al doble de su valor– decía que lo recaudado se usaría para adquirir nueva aparatología y explorar la cura terapéutica de niños con osteosarcoma y sarcoma de Ewing. Pero la donación, de apenas 50 mil euros, se había hecho antes del lanzamiento y sin que las ventas del producto fueran tenidas en cuenta. Ferragni, que había cobrado más de un millón por la colaboración, fue acusada de “prácticas comerciales desleales” por la Autoridad Garante de la Competencia y el Mercado de Italia, que calificó la supuesta donación benéfica como fraudulenta. La sanción fue también de un millón de euros, pero las pérdidas para la influencer todavía son incalculables.

Ferragni probó varias estrategias, del silenzio stampa a la disminución de sus posteos, e intentó torcer la narrativa con un video que, como todo en su vida, compartió en sus redes: “Siempre he estado convencida de que los más afortunados tienen la responsabilidad moral de hacer el bien. Estos son los valores que siempre me han impulsado a mí y a mi familia. Es lo que enseñamos a nuestros hijos. También les enseñamos que se pueden cometer errores y que, cuando eso ocurre, hay que admitirlo y, si es posible, enmendarlos. Y eso es lo que quiero hacer ahora. Pedir disculpas y concretar a mi gesto: donaré un millón de euros al Hospital Regina Margherita para apoyar el cuidado de los niños”, dijo, aunque sólo estaba haciendo lo que indicaba la Justicia. No le sirvió de mucho.

Ferragni  pasó de tener un modesto blog de moda que registraba el imposible street style milanés con ella como protagonista absoluta a convertirse en la imagen de una generación enfocada en sí misma (EFE/EPA/CAROLINE BLUMBERG)
Ferragni pasó de tener un modesto blog de moda que registraba el imposible street style milanés con ella como protagonista absoluta a convertirse en la imagen de una generación enfocada en sí misma (EFE/EPA/CAROLINE BLUMBERG)

El resto fue puro efecto dominó: se descubrieron varias estafas similares –una de huevos de Pascua a beneficio de niños con autismo y otra de una muñeca contra el bullying y la homofobia, las otras banderas de la corrección que esta nueva era pretende desenmascarar– con timing perfecto. Marcas como Coca-Cola y la de las topísimas gafas Safilo anunciaron que dejarían de auspiciarla, mientras el gobierno de Meloni celebró la sanción de una norma difundida en los medios como la ley Ferragni para regular los perfiles en redes sociales con más de un millón de seguidores, prevenir estafas y publicidad engañosa, y proteger la integridad de los menores.

Esta semana, la confirmación del fin de su promocionado matrimonio con Fedez, que hace seis años le pidió la mano en un concierto y obviamente ante las cámaras y protagonizó con ella y sus hijitos –también rubios y perfectos– el reality Los Ferragnez por Prime Video, terminó de darle el golpe de gracia. Si Ferragni fue un emblema de la última década también lo es su final desgraciado. Es lo que tienen los filtros de Instagram: son implacables cuando se corren y dejan ver otras realidades.

El peligro de las buenas intenciones cuando se mercantilizan es que el mercado no es fiel a ninguna causa más que a sus propias ganancias. Lo que todos deberíamos ser cambia como las tendencias y, cuando la corriente se retira, también lo hacen los sponsors. ¿Estuvo mal aprovechar la oportunidad de ser masivas aunque después eso fuera aprovechado por oportunistas? No sé si había alternativa, pero el resultado es el mismo: de esa parte de la ola apenas quedó la espuma y ahora quizá sólo reste intentar bucear de nuevo en lo profundo.

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